Las venas abiertas de América Latina me cambió la vida. El inició: “la distribución internacional del trabajo consiste en que unos países se especial en perder y otros en ganar” fue como un disparo en la oscuridad, citando a Stendhal. Tenía 18 años y desde entonces, una deuda con el ICETEX que saldé 8 años después.
Seguí leyendo todo el material de izquierda que me recomendaban o buscaba en internet. Pasé desde El diario del CHE en Bolivia, el portal Cronicón, Rebelión hasta el materialismo histórico de Martha Harnecker. Era una esponja, insaciable, pero sin ningún norte, ni guía.
Un año después, encontré una página web muy mal diseñada, vieja, con la foto de un tipo en un puente, despeinado, o con lo que le quedaba de pelo, por el viento. Tenía dos columnas a los costados con imágenes de sindicatos y movilizaciones y una sección de audios con debates de Jorge Robledo, un senador novato en el Congreso, pero no en la pelea.
Los escuché todos. El último, un debate sobre alimentos contra el Ministro de Agricultura de la época de Uribe, fue impactante. Robledo habló de la importancia de los alimentos, su producción, de cómo Estados Unidos, después de la ruptura de un dique en New Orleans, paró las exportaciones de arroz y todos los países que dependían de la importación, como Colombia, sufrieron. Era, sin exagerar, una clase magistral. Literalmente destruyó al Ministro.
Al final, y estoy hablando de memoria, instaba a defender la producción. Lo volví a escuchar. Hacía ejercicio con el debate y los trabajos de la Universidad mientras ponía la voz de Robledo a todo volumen. Mi mamá, cansada de escucharlo, preguntaba: ¿otra vez? Era un fanático.
Llegué al ideario de unidad del entonces recién fundado Polo Democrático y, aunque no sé si lo entendí muy bien, me sentía parte del partido. Si Robledo era del Polo, yo también. Pasé por cada salón de la Universidad, en la época de Uribe, explicando e invitando a formar parte del Polo. Tuve amigos que me tildaron de guerrillero y me dejaron de hablar. No me importaba. Logré convencer a 5 personas.
Después de un debate sobre el TLC con Estados Unidos, le escribí. Ese mismo día me contestó y me puso en contacto con Jorge Gómez, su mano derecha en Medellín. Asistí a la Asamblea alternativa del BID, las conferencias en el Pequeño Teatro y una vez, a la casa de Gómez, para entrevistarlo sobre el proyecto Hidroituango.
- Hay una persona que nos escribió de la Bolivariana, pero no volvió a aparecer – dijo Jorge Gómez mientras servía jugo de piña.
- Soy yo – contesté – aquí estoy.
Tomé, creo, el peor jugo de piña que he probado en mi vida. Aún recuerdo los grumos en el jugo. Estaba sin colar.
Su claridad fue la misma que la de Robledo. Había encontrado mi guía. Y así, efectivamente, los he seguido en los paros cafeteros, mineros, debates en el congreso, peleas contra los TLC y en el nuevo proyecto de Dignidad. No me arrepiento. Le creo que Robledo todo lo que dice, especialmente, su defensa de la industria manufacturera y el agro, el patrimonio público y la decencia.
Él, como Gómez, me dijeron que Colombia no sufre de capitalismo, como había leído en mis inicios, sino por la falta de capitalismo. El principal problema del país es el atraso.
Jorge Gómez se levantó del mueble, contestó una llamada y entró a la cocina. En la jarra aún quedaba jugo.
- ¿Otro vasito o qué? – ofreció.
- Sí claro. Muy bueno – mentí.
No todo sería color de rosa.