Un anuncio de periódico, que parece redactado para él, es la señal que encuentra Felipe para trabajar en la casa de la señora Consuelo, una anciana viuda y una sobrina joven que vive con ella. El trabajo es fácil: revisar los textos, en francés, de su difunto marido y terminar de escribir la biografía. Debe vivir con ellas. A la señora Consuelo le queda poco tiempo de vida y el trabajo debe estar terminado lo más pronto posible.
Tres días son suficientes para que Felipe lea los manuscritos del marido y se enamore de Aura, la sobrina de Consuelo. Es un amor recíproco. Felipe quiere liberarla de la prisión en la que vive, sometida a las enfermedades de su tía, a su cuidado. Aura y Consuelo siempre están en el mismo sitio, tienen los mismos gestos, la conspiración se va descubriendo.
Finalmente, ante la ausencia, extraña por su condición física, de Consuelo, Aura invita a Felipe a quedarse en la pieza. Él entra, dice todo lo que puede prometerle: amor eterno, y libertad. Aura responde: bésame la cara. Cuando el rayo de luz entra por la ventana, Felipe extasiado en amor, perdido en los besos de Aura no lo había descubierto; está besando a Consuelo y a Aura, que son la misma persona. Lo han engañado. Consuelo, la anciana malvada que tiene secuestrada a su sobrina y Aura, la joven, bella y de tafetas cafés, son la misma persona. Él es la poción de la juventud, es su verdadero trabajo.
Aura es una pequeña novela o un cuento largo. Escrito en segunda persona, como lector presente. Es la primera novela que leo en ese estilo. Los personajes: Felipe, Aura y Consuelo están bien elaborados. Aunque se plantea al principio lo extraño de sus vidas, los mismos gestos y espacios, el lector solo descubre en la última frase que Aura y Consuelo son la misma persona. Esta trama, de una mujer embrujada, no es propiamente de Carlos Fuentes, es más el estilo del realismo mágico de Gabo, su gran amigo.
Novela de fácil lectura, muy simbólica: las luces, la vejez, las ratas, todo tiene un significado no verbal.