Los trabajadores de un astillero en Vigo, España, son despedidos por la reconversión industrial del país. Resulta más barato traer barcos de Corea del Sur y los costos de producción españoles no compiten con las importaciones. Los trabajadores resisten. 200 se agrupan en las calles y arman barricadas para luchar contra la fuerza pública y la masacre laboral. 80 se entregan, firman el convenio de despido y se disuelve la huelga. Han perdido. Al final, son despedidos los que firmaron y los que no, algunos con liquidación, pero todos a la calle. Desde entonces, siete de los sindicalistas esperan los lunes ver salir el sol, tirados sobre lo que puedan, la hierba, un barco robado.
Es la trama de Los Lunes al Sol, película española de Fernando León de Aranoa. Santa, interpretado por Javier Bardem, no espera nada de la vida; José, Luis Tosar, no quiere que su mujer lo deje, que “las cosas sigan igual”; Lino busca trabajo en vacantes solo para jóvenes, se tintura el pelo y aprende, sin mucho éxito, sistemas; Reina, después de ser trabajador del astillero se convierte en vigilante o en “técnico de seguridad”; Rico monta un bar en el que no le va nada mal y Amador espera que su mujer vuelva, pero nunca lo hará. Estos son los personajes, siete sindicalistas que no tienen, en contravía de los cánones del cine moderno, ninguna intencionalidad dramática, su vida no va hacia ninguna parte, están ahí, a la deriva, solo por existir.
¿Por qué no se emplean y dejan de vivir del subsidio al desempleo? Porque el trabajo es más que un salario por una actividad. Es una identidad que nos transformó, en el pasado, de monos a hombres. El trabajo es lo que somos, lo que nos diferencia. Un soldador, que laboró en su actividad 20 años en un astillero, construyó su vida de acuerdo a su profesión, no puede convertirse, de la noche a la mañana, en vendedor o “asesor comercial” y menos con 50 años y dos hijos. El neoliberalismo destruyó, en Vigo, en Detroit y en Medellín, en todas partes, el tejido social del trabajo industrial, remplazándolo por la precariedad, la inestabilidad, el etéreo concepto del emprenderismo y el mito de Rockefeller.
Los lunes al Sol es un hermoso tratado sobre la solidaridad. Somos como los siameses: si cae uno, caemos todos, decía Amador, antes de suicidarse, sin trabajo, alcoholizado y abandonado por su mujer. El drama del desempleo es, por supuesto, culpa del neoliberalismo. El sistema necesita una masa de trabajadores en paro para jalonar los salarios al suelo. SI no trabajas por una miseria, alguien, con mayor necesidad, lo hará por ti. Y es precisamente a lo que se niega, entre copas, Santa: a ser humillado por su jefe a doblegarse ante el explotador.
La vida de los sindicalistas transcurre en una calma muy parecida al aburrimiento. Se encuentran en el bar, ven un partido de fútbol, a medias, porque la mitad del estadio lo tapan las graderías y ellos, pobres, no tienen para pagar las entradas, cantan en un karaoke y entierran a Amador con un adorno floral robado que dice: de tus compañeros. No es importante la velocidad, pues como la vida, el tiempo es lento. Lo relevante es la compañía.
No le sobra comedia, sarcasmo, amor e intriga. Santa se subleva contra los jueces, José rechaza la burla del prestamos bancario y contiene, creo yo, uno de los mejores diálogos en contra de la apatía. ¿De qué servía luchar si vas a perder? Para que nos recordarán ¿Y si ya te olvidaron? Nosotros no olvidamos que luchamos y que lo hicimos juntos, es lo que cuenta.
La belleza de sus personajes y diálogos convirtieron la película en una obra maestra. Rompe con la idea de individuo solitario, la isla, el American Way Life. Quién este hundido en ese modelo, no verá más que la historia de unos sindicalistas desempleados. Pero es mucho más.
Los lunes al Sol es una gran metáfora de nuestro tiempo. La desindustrialización acabó con el trabajo formal y la identidad que genera; privatizó, no solo las empresas, si no la infamia, cada quién lucha solo, apartado, pero como en las obras de arte, aún queda una luz de esperanza. Los obreros no se humillan y pelean. La lucha con los demás le da sentido a nuestra existencia. Si lo haces solo siempre pierdes o ¿te salvas de la muerte? Por eso, la película es una joya del cine español, en definitiva, porque refleja que somos como los siameses.