La información y el periodismo se transformaron desde la entrada de Internet. Es como un meteorito que cae sobre la tierra y extermina a los viejos y grandes dinosaurios de la prensa escrita, además, de la radio y la televisión.
La información no se concibe lineal o vertical: del periodista o consejo de Redacción a la imprenta y de ahí al consumidor. Ahora es circular. Cuando se publica una información en la web, sea aproximada o definitiva, el lector tiene la posibilidad de responder inmediatamente, agregar, en los comentarios, datos y opiniones que a su vez leerán otros lectores. No existe centralización de la información, ni secretos. Se democratiza la posibilidad de escribir y de retro alimentar la comunicación recibida. Los periodistas dejan de ser “intocables” y cualquier ciudadano, con conocimiento básico de la web, especialmente 2.0 o 3.0, puede ser un periodista. Ramonet acuña el concepto de pro-am (Productores amateurs) o de Prosumers (Productores consumidores).
Se transforman los medios de masa a la masa de los medios. Nunca fue tan fácil hacer periodismo. Y, como es evidente, la explosión de periodistas crea una abundancia de información, que, fiel a las leyes de mercado, deja de ser barata, es gratuita. Ningún ciudadano pagará por información que encuentra gratuitamente en internet, sin desconocer, por supuesto, la brecha tecnológica entre los países desarrollados y los del tercer mundo.
La web gratuita pone en jaque la supervivencia de los medios impresos. Entre 2006 y 2010 diversas publicaciones han clausurado sus versiones impresas y se dedican solo a las virtuales, otras realizan grandes “ajustes de nómina” o se utilizan a los periodistas, como el caso de Le Journal de Montreal, como freelance explotados para estabilizar la balanza de pagos. Los medios, para sobrevivir, no venderán información a los usuarios, venderán lectores a las compañías de anuncios, que pagan por click. Para hacerlo se banaliza la información y se crean “granjas de contenido” especializado para un público objetivo. Desaparece los reportajes y notas de calidad. La inmediatez supera la profundidad y en el afán “pierde la verdad”, como afirmaba Albert Camus. ¿Podrán sobrevivir los medios que le apuesten a este tipo de periodismo? No se sabe. Sin embargo, quiénes hagan periodismo de calidad si sobrevivirán concluye Ramonet.
Ignacio Ramonet es un conocido y lúcido periodista español, director, durante más de 18 años, del Le Monde Diplomatique. En La Explosión del periodismo nos ofrece una visión apocalíptica sobre lo que sucede en el mundo de la información, pero real. Vivimos una transformación de las canales por dónde se educa e informa la sociedad mayor o de la misma magnitud que produjo la invención de la imprenta por Gutenberg en 1440. Hay muchas afirmaciones, especialmente de los ejemplos, que no encajan en el libro. Dice Ramonet que una muestra de libertad de información es Wikileaks y sus filtraciones, que nunca es periodismo de investigación, se le entreguen a grandes cadenas como The Guardian, The New York Times, que anteriormente criticó por su carácter monopólico y difamatorio. Si la filtración para en esas cadenas se beneficia el monopolio, no la democracia.
Dice Ramonet que llegamos a la crisis por la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación y, en su afán de inmediatez, cometen errores y dañan reputaciones. Es cierto, pero para comprobarlo cita el famoso caso de Thomas Dreyfus, un judío acusado, falsamente, de filtrar información del ejército francés a Alemania. El caso Dreyfus ocurre en el siglo XIX, cuando no había ni inmediatez ni computadores y muchos menos internet.
Afirma Ramonet: “resulta urgente exigir a los grandes medios que permitan a sus periodistas actuar en función de su libertad de conciencia y no en función de los intereses de los grupos, de las empresas y de los patronos que los contratan”. Este epígrafe es de un vendedor de ilusiones. Es inconcebible que los grandes medios actúen de manera democrática, por su naturaleza reaccionaria y anti democrática es que son “grandes”. Como las hienas: es su ecosistema. La sociedad debe reclamar, como en una lucha de clases, el derecho a la información como bien público y el internet de la misma manera. Arrebatárselo a los pulpos financieros que manejan la comunicación. Es la diferencia entre una postura liberal y una revolucionaria.
A pesar de esas contradicciones y otras sin mucha importancia es un buen libro. Claro y, ante el panorama oscuro, optimista. A crear periodismo de calidad que los lectores, educados, no dejarán morir de hambre el esfuerzo.