Vendiendo humo

Se acerca una nueva revolución industrial, basada, como siempre, en la tecnología. La forma como se producen las manufacturas está cambiando. Las impresoras 3D funcionan a base de resina líquida, cera, madera y un polvo de filamento parecido al yeso y producen desde zapatos, prótesis, confecciones hasta carros. En el discurso de la Unión del 2016, el presidente Barack Obama afirmó: “tiene el potencial de revolucionar la manera de hacerlo casi todo”.

Ya no se necesitarán grandes fábricas repletas de trabajadores para crear un carro o una manufactura. Un diseñador en su computadora y los elementos adecuados podrá hacerlo. No es el presente, pero ya no es un futuro lejano.

Las impresoras 3D y toda la fabricación aditiva reemplazarán la mano de obra y su explotación en los países del tercer mundo. Adidas, por ejemplo, lanzó al mercado el guayo Primeknit, producido en Alemania, país con uno de los salarios más altos de Europa. El Boston Consulting Group preveé que para el 2020, el 30% de las exportaciones de China a Estados Unidos se harán en Norteamérica. Es la sustitución de importaciones.

La creación de las impresoras 3D, que llevaba 30 años detenida, revolucionará la industria creando productos realmente innovadores: más baratos y más amigables con el medio ambiente. Es la conjunción de la industria, ciencia y tecnología para producir innovación.

En una ciudad como Medellín y un país como Colombia, que perdió su industria, no tiene ciencia, ni tecnología, ¿cómo puede haber ecosistemas de emprendimiento e innovación?

El gurú de la innovación en Medellín, Juan Camilo Quintero, ahora director de Ruta N, explica el ecosistema como una conjunción de factores entre los que están desde la facilidad para hacer negocio, crédito semilla y sistema educativo fuerte. Lo divino y lo humano; un vendedor de humo. Manuel Castells, el sociólogo que estudió el fenómeno de Sillicon Valley, plantea tres motores que desarrollaron esta revolución: conocimiento de alto nivel, generoso financiamiento y un mercado fijo.

1. Conocimiento de alto nivel: según el Banco Mundial, el promedio de investigadores por cada millón de personas es de 1250, mientras que en Colombia existen 167. Medellín, por ejemplo, tiene 541 grupos en el grado 1A de Colciencias frente a los más de mil de Bogotá y tienen que pelear por un presupuesto menor a los 100 millones de dólares.

2. Generoso financiamiento: el gobierno norteamericano destinó mil millones de dólares, según el Wall Street Journal, para crear una red de 15 instituciones educativas especializadas en producción de impresoras 3D. General Electric financió con 50 millones una fábrica para uso exclusivo de las impresoras.

Las inversiones de los países de la OCDE en ciencia y tecnología son del 2,47% de su PIB, en Corea del Sur es de 3,5% y en Kenia del 2%. En Colombia la inversión es de 0,5% con miras al 1% en el 2018. El presupuesto no refleja la importancia de este sector para la manufactura.

En Medellín, los vendedores de humo lograron que el 7% de las ganancias de EPM y el 50% de las regalías, poco más de 300 millones de pesos, se destinará a la Innovación y los ecosistemas de emprendimiento, muy diferente a la ciencia y tecnología. El Plan de Desarrollo de Federico Gutiérrez, aprobado por el Concejo de Medellín, destina 3600 millones de pesos para este rubro, el 0,04% del presupuesto. Competir así, en el capitalismo del conocimiento, es una quimera.

3. Mercado fijo: la innovación de Sillicon Valey encontró el mercado del Departamento de Defensa de los Estados Unidos con recursos casi ilimitados. El promedio de exportaciones mundiales con manufactura con valor agregado de alta tecnología es de 18,4% del PIB, mientras que en Colombia es de 7.7%.

Según la publicación del Harvard Bussines Rewiev, el porcentaje de empresas que sobreviven en Medellín dedicadas a la Innovación es del 2% ¡98%! No resiste la hostilidad del mercado.

Si en Colombia y en Medellín, todos los motores de la innovación fallan, solo nos queda el emprendimiento. Un crédito para que impulsar pequeñas empresas que resuelven el problema de la supervivencia y el pan diario, pero que no aportan al desarrollo científico ni tecnológico del país. Lo escribía Francisco Mosquera hace 20 años: “A las muchedumbres desocupadas las consuelan pintándoles el paraíso de las actividades informales, como si recogiendo basuras, lavando botellas, fritando empanadas, ofreciendo baratijas en casetas callejeras o vendiendo limones, logre alguien contribuir al crecimiento material de la patria”.

Juan Camilo Quintero, Federico Gutiérrez y los demás gobernantes que impulsaron la ciudad innovadora, del liderazgo, emprendedora y positiva son vendedores de humo. Para que la ciudad y el país sean realmente innovadores y compitamos con calidad en esta nueva revolución, debemos apostar por lo que hace años no hizo grandes: la manufactura.

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